sábado, 11 de julio de 2009

La niña de Corea

La niña de Corea

Fue un día, en una plaza por el centro, cuyo nombre no recuerdo, en el que yo descansaba sobre el pasto mojado. Miraba el pequeño pedazo de cielo que quedaba en la ciudad, la plaga de palomas y por suerte no veía a la gente.
Alguien se acercó, no vi su cara, solo vi una sombra que cubría el sol de mediodía y no se quien era, pero me escupió.
No suelo confiar en nadie, pero el hecho de que me escupiera me hizo sentir realmente halagado. Consideré de mala educación limpiarme el escupitajo de la cara, me levante y salude.
Desde el primer momento me atrajo su actitud, pero al ver sus ojos rasgados, su cabello sumamente lacio y su piel amarillenta, supe que estaba enamorado.
Ella no hablaba el mismo idioma que yo, ni siquiera hablaba con palabras, ni onomatopeyas. Ella hablaba el lenguaje de las miradas.
Fue muy sincera conmigo. Nunca tuvo nombre y siempre estuvo desnuda. Me contó que nunca había amado y que venía de un lugar lejano donde las costumbres eran distintas. Donde nadie se quejaba ya que no tenían de que quejarse. Donde nadie estaba nunca apurado porque habían encontrado la eternidad dentro del tiempo y no el tiempo dentro de la eternidad.
Luego de intercambiar miradas por un buen rato, tomé sus manos. Eran diminutas y frías. Vi sus palmas y me perdí entre las líneas que eran muchas e infinitas. Olvidé todo lo que alguna vez me había importado. Se adueñó de mi nombre y de mi identidad. Aun así no me arrepiento. Hoy soy un esclavo de su fragilidad.


1 comentario:

  1. Yo en vez de hacerme el metaforico escribo sobre mis penas y puteo a toda persona que lo merezca por emfermito y por indecente, y etc.

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