miércoles, 26 de agosto de 2009

Mandinga.

Soy un ser tecnológico propulsado de un empujón a un lugar incierto. Me controlan botones simples con fines complejos. Puedo destruirme yo solo y no es tanto una decisión, más bien es una consecuencia de ciertas fallas en el sistema. Puedo llevar una vida plena. Puedo morir en la mitad de la primavera, haberme cuidado: del sida, del cáncer, de gripes y bacterias. Y si me pisa un auto no soy más que un cadáver.

Fue en cambio, un día improvisto en que yo fui fabricado. Nada dentro de lo pensado, ninguna de mis piezas pertenecían a un ensamblado. Era todo particular, preciso y único. Aunque eso nunca me hizo especial ni diferente. Más bien, me hizo mediocre.

Parece ser, que lo original termina tarde o temprano por volverse común y los roles se invierten. Lo que era común se vuelve anticuado y lo moderno clasificado. Y así, cíclicamente hasta el fin de los tiempos.

Entonces, me fabricaron comúnmente de casualidad y comúnmente viví una vida extraña, dentro de lo normal. En realidad, una vida bastante normal. Olor a tiza y obligaciones. Ambiciones y competencia.

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