domingo, 2 de agosto de 2009

Había una vez

Había una vez, por empezar el texto de una forma muy vulgar. O mejor dicho, porque no conozco otra forma de empezar, pero tampoco me importa conocerla y en realidad si la conozco pero no tengo ganas de pensarla. Decía… había una vez, una persona. Además de persona era mujer. Vivía en su casa. Que además de su casa era la casa de su gato y su gato se llamaba Fabián.

Ella, además de ser mujer, tenía edad, cincuenta y ocho para ser exacta. Difícil pensar que llegaríamos a esa edad, se plantea a veces ella, pero allí está, como si los años pasaran “volando”. Aunque… volar es relativamente difícil, yo diría más bien, que pasan sin esfuerzo y sin alas.

La señora, no mujer, porque ya es señora y hay diferencias entre señora, señorita y señorota, comía solamente y nada más que semillas. Semillas comía, de noche y de día.

Tuvo tantos días y noches, que uno de esos días, hace mucho, un día en el que tenía once de edad decidió comer solo semillas. Semillas comería para siempre. Semillas, agua y semillas.

Tuvo mamá y papá, creían que ella estaba loca. La llevaron a veinte señores que se habían licenciado de médicos en distintas ocasiones, en distintos lugares y por distintos motivos. De los veinte médicos, uno era señorito y no señor. Los diecinueve le recetaron pastillas saludables. El veintésimo quiso casarse con ella (con la señora, que fue señorita, niña, bebe y también feto).

El señorito tenía nombre, nombre de médico, Sergio Vanti. Caligrafía de médico, letra espantosa. Pero si recetaba algún jarabe, los señores de la farmacia lo leían sin problema porque tenían vista de farmacéuticos.

Sergio abandonó a la señora el día que se fue a perseguir su sueño. Tenía un sueño, tanto sueño que durmió, durmió para siempre, persiguiendo su sueño. Corría y lo perseguía, se caía, se arrastraba, se gastaba el pantalón ¡persiguiendo su sueño!

La señora que tenía ojos, lloró mucho por Sergio. Por Sergio que partió para siempre. Los para siempre si existen, se plantea a veces ella. Para siempre comió semillas, para siempre su amor partió.


-Milengua Sucia.

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